Homilía 1er Domingo de Cuaresma 26/02/23

27 febrero, 2023 Desactivado Por Catedral de Cordoba

EN CUARESMA AL DESIERTO

El desierto tiene muchas dimensiones. Es lugar de seducción y de encuentro con Dios. Y es también lugar de prueba, de lucha. El desierto es tremendo y fascinante a la vez.

 “al desierto no hay que buscarlo en el mapa. El Sahara inmenso me acoge ahora en un ángulo de la casa, incluso en una calle, en una plaza, en un lugar lleno de gente, todas las veces que me decido a liberarme de la esclavitud de lo contingente e ilusorio, del chantaje de lo urgente, de los condicionamientos de la apariencia, del totalitarismo del hacer, de la dictadura de lo exterior”.

Es el desierto nuestro lugar de combate: “No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal.”

En el desierto nos quedamos con lo esencial: la vida, el agua, lo mínimo para vestirse y cubrirse contra el sol.  Allí se vuelven inútiles las cosas que en lo cotidiano nos dan seguridad y hasta grandeza: la tarjeta de crédito, la computadora, mis títulos, mi curriculum, la agenda desbordante de compromisos asfixiantes. Será un buen ejercicio repasar qué es esencial en mi vida y qué lugar ocupa en mi corazón, en mi tiempo: fe, familia, trabajo, amigos, solidaridad -sobre todo con los más débiles-, y de qué superficialidades, o cosas superfluas sería bueno despojarme u ordenarme.

En el desierto “la trivialidad que nos servía de defensa se derrite y nos permite ‘tocar’ otros niveles más hondos y más verdaderos de nuestra persona que antes ni sospechábamos poseer” (Dolores Aleixandre). Nos interpele aquella expresión de Santa Teresa y de otros santos y santas: “vivir en verdad”.

Vamos al desierto para que nuestro para que aparezca nuestra verdadera identidad. en el desierto nos reencontramos con el nombre más importante, el que nos pone de pie frente a nuestra indignidad: y ese nombre es el de “hijo”. En el desierto necesitamos dejarnos decir por el Padre: “Tú eres mi hijo muy amado…”. Sabernos amados incondicionalmente por Dios nos hace “levantar la mirada”.

En el desierto experimentamos la sed. Jesús viene a nuestra historia tal como esta es, abierta, incompleta, vacía o fracasada, para decirnos: “El que tenga sed, que se acerque, y el que lo desee, reciba gratuitamente el agua de la vida”

Él sabe que no alcanzaremos a acceder al bien que nos sacia, ni podríamos adquirirlo en ninguna arte  porque solo él puede dárnoslo. En Jesús se cumple la profecía de Isaías : “Ustedes que andan con sed, ¡vengan a las aguas! No importa que estén sin plata, vengan; pidan trigo sin dinero, y coman, pidan vino y leche, sin pagar. ¿Para qué van a gastar en lo que no es pan y dar su salario por cosas que no alimentan? Si ustedes me hacen caso, comerán cosas ricas y su paladar se deleitará con comidas exquisitas.» Isaías, 55, 1-2

A nuestros escases se le promete abundancia, a nuestra carencia, ayuda en plenitud. Dios sabe cuánto impide que lleguemos a esa fuente de vida. Invertimos y gastamos en lo que no nos alimenta. Estamos cerca de la fuente y buscamos saciarnos en lo que no sacia nuestro deseo. “ Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.» Juan 4, 10

El principito encuentra un  vendedor de píldoras que apagan la sed, y que con esas píldoras, se pueden ahorrar cincuenta y tres minutos cada semana. El principito, piensa que teniendo cincuenta y tres minutos de ahorro los usaría para beber agua fresca de un manantial.

Píldoras, píldoras para la sed, llévelas para esa sed que le quema la garganta, para la deshidratación, para cuando se pierde en el desierto, para cuando se siente desfallecer. Para cuando va a viajar al desierto. Producto garantizado. No más sed, no más estorbosos vasos o botellas de agua…

– PRINCIPITO: Buenos días.

– VENDEDOR: Buenos días, lleva tus píldoras para la sed a un precio de promoción…Tragas una a la semana y no sientes necesidad de beber líquidos por una semana…

PRINCIPITO: Por qué vendes eso?

– VENDEDOR: Entre otras cosas, para economizar tiempo, se ahorran cincuenta y tres minutos a la semana.

– PRINCIPITO: Y qué haces con esos cincuenta y tres minutos?

– VENDEDOR: Haces lo que quieres menos perder el tiempo en beber agua.

– PRINCIPITO: Yo, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy despacio hacia una fuente.

También en la vida tenemos muchos modos de demorar nuestra ida a la fuente de la vida. Perdemos el tiempo o enredados en nuestras propias fragilidades o postergando para más adelante  el llamar las cosas por su nombre y asumir en paz lo que soy y estoy llamado a entregar.

Buscamos apurar el paso atraídos por la dinámica de intensidad y eficacia en que nos atrapa la mundanidad del ya.

Es el desierto el lugar donde está llamada a aparecer nuestra verdadera sed. ¿Sedientos de qué?; ¿de quién? Puede ocurrir que, instalados en la rutina, desestimemos las señales de la sed y que estas, en un determinado momento, resulten tan incomprensibles como una lengua extranjera en la que no hemos sido iniciados. Sin embargo, la necesidad vital de restauración está, desde siempre, clavada en nuestra carne. No podemos simular que la sed no existe. Es más: del hecho de que sepamos «escucharla» depende la cualificación espiritual de la vida. «El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida» (Ap 22,17)

Padre Javier Soteras